03 agosto 2009




Se va terminando un año. Lo cual no significa absolutamente nada. Uno sigue haciendo lo que puede.

En la noche del viernes se respira un aire salvaje y crepitante. Estoy con Mecky en la Taberna Angosta, nuestro garito de amarre. Nos estamos pimplando la primera copa. Yo estoy apoyado en la barra, bostezando, estoy muy cansado, sin embargo, los primeros lingotazos de dyc-cola entran con una facilidad soberana.

De pronto Mecky me hace señas desde el servicio. Tiene algo que enseñarme. Me imagino de qué va la cosa. Voy para allá. Es cocaína, que le acaba de pasar Fabrize. Le indico a Mecky que es mejor metérsela luego, cuando ya llevemos un par de copazos encima. Salimos del cuarto de baño, volvemos a empuñar nuestras largas copas con los hielos flotando como líquenes.

Al poco, le pregunto a Fabrize si la coca caduca, ya que tengo media raya en casa desde hace seis meses, desde la última vez que me acosté con Angie, que dejamos un poco por si luego me daba el punto de untármela en la verga. Por lo visto no caduca, me indica Fabrize, lo único, eso sí, que haya cogido humedad, entonces se trocea y listo. El caso es que hablando del tema, Fabrize quiere meterse un tiro. Aún no nos hemos terminado la primera copa. Mecky y yo volvemos al servicio.

Desparramamos la coca sobre la cisterna del váter. Me pongo a aplastar la coca con la tarjeta de la seguridad social. Mecky insiste en que es mejor utilizar el DNI y acto seguido saca el suyo y ahora es él quien prepara las rayas. Tiqui-tiqui-tiqui-tiqui-tiqui. Me pregunto si no será explosivo mezclar la coca con el alcohol y los ansiolíticos que sigo tomando. Ahora me agacho y meto la nariz en el cilindro que hemos fabricado con un billete de dos mil, inspiro por el orificio derecho de mi nariz: un desastre, apenas me llevo nada, debo tener éste agujero taponado, así que pruebo con el orificio nasal izquierdo. Ahora lo inspiro todo de una atacada como una aspiradora se lleva la pelusa de la alfombra. Parece buena esta coca, aunque no entiendo mucho del tema. Salgo del servicio y me voy a buscar a Fabrize que en ese momento le estaba poniendo las manazas en las tetorras a Gloria; Fabrize se va como un cohete para el servicio en cuanto le comunico que su dosis ya está preparada.

Lo que me suponía, con la coca, el alcohol entra como una tromba de agua, en seguida se me pasa el sueño, el alcohol mana a borbotones por nuestras gargantas sin que lleguemos a emborracharnos seriamente. Me entra la euforia y me pongo a hablar como una ametralladora que se ha encasquillado y no puede parar de vomitar balas. Le hago un chequeo psicológico a Gloria en voz alta. No me equivoco en casi nada de lo que le digo. Gloria está especialmente guapa, sus pechazos siempre presentes, son pechos dignos de odalisca, de los que se te gastan las manos manoseándolos...

Al fin cierran el Angosta. Yo ya he contactado vía móvil con Alejandro, están de fiesta en un garito cerca de Alonso Martínez. Bien, ahora vamos para allá. Antes haremos una paradita en casa de Fabrize, cerquita de aquí. No sé si subimos cuatro pisos o quinientos, lo cual me demuestra que la coca es buena. Se repite la operación, sólo que ahora en vez de tres rayas son cuatro, dispuestas sobre el mantel de la mesa de almorzar. Por turnos, Gloria, Fabrize, Mecky y yo nos metemos otro tirito. Rápidamente me bajo a todos a la calle y los meto a empujones en un taxi. Con el subidón eufórico que me entra le enchufo una arenga escalofriante al taxista, rajando por los codos, prácticamente sin puntos ni comas, hablo sobre las artes marciales sobre autobuses que se estrellan con cincuenta turistas dentro porque el conductor iba mamao sobre las treinta llaves secretas para abrir el corazón y el chomino de una mujer sobre los parques tecnológicos que van sustituyendo a los parques botánicos sobre las revoluciones míticas del Peloponeso sobre la de veces que estamos a punto de perder un brazo o un pulmón al toser violentamente sobre las máscaras de oxígeno sobre los tanques de petróleo que un día vuelcan y vierten su veneno negro sobre doscientas especies marinas sobre camisetas de manga corta de mala fabricación sobre los Rolling Stones antes de empezar a apergaminarse sobre las tejas y antenas en los tejados de París... Ya hemos llegado a San Vicente Ferrer número tres.

Pago el taxi y entramos de cabeza en éste tugurio. Dentro están Alejandro e Iñaki con amigos pijos del barrio de Salamanca. A Iñaki hacía año y medio que no le veía. El hijo de puta no ha cambiado ni un miligramo. Nos adentramos en una conversación metafísica, acerca del sentido de la vida, del destino y otras polladas semejantes. Sin darme cuenta tengo una copa en una mano y un porro en la otra. A Alejandro le vi hace poco, en la calle, paseaba a su magnánimo boxer Chombo, con su enorme sonrisa contagiosa de crápula malévolo y pícaro consentido. Con ésa mega-sonrisa magnética como una dinamo te hace cómplice al instante de cualquier atrocidad y hasta le perdonarías al momento el peor de los crímenes.

[...]

[...]

Ahora sorprendo a Álex introduciéndose una pastilla en la boca. Me pongo goloso y le pido material al instante. Me mete en la boca media pastilla. Ahora que me fijo, tanto Gloria como Fabrize como Mecky han desaparecido. Creo que me dijeron que se iban a casa. Yo sigo. Con el cóctel molotov que llevo en mi interior las cosas no están aún como para replegarse al dulce hogar.

Las amigas de Iñaki y Alejandro presentes no valen ni para hacerse un jersey, salvo una, con la que hablo mogollón y tiene un punto irónico, además de una nariz tipo oso hormiguero y una presencia de princesa rusa de incógnito, que no deja de atraerme, hasta que me entero, unas dos horas después, que el novio está presente, observando borracho y celoso como una lechuza todos mis movimientos y los de su novia.

La noche avanza como una partida de póker: siempre se piden más cartas.

Algo después nos iremos a otros dos sitios de por aquí. Yo me bebo cinco o seis vasos de agua que alterno con tragos de wisky, ron, ginebra, vodka. Ya llego a un punto tan indolente que con una sangre fría espeluznante me lío a robar copas. Veo una copa casi llena puesta encima de la barra y sin pensarlo me la amachambro; sin saber ni lo que contiene me la cepillo estómago adentro.

extracto perteneciente a la novela “Penetraciones” (© libro registrado en la sociedad general de autores)

Penetraciones: Una novela del escritor José Martín Molina

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