A partir de los primeros 60 John Coltrane la lía hasta el delirio. A base de “Giant Steps” o “pasos de gigante” va revolucionando la historia del jazz (y la música entera) hasta sus más remotos confines. Partiendo de una especie de modal jazz a lo free jazz marca un antes y después irreprochable en la escena universal del jazz.
Acompañado por los músicos que más se adaptaron a esta brutal exploración interior de los sonidos: el pulpo batería de 8 brazos Mr. Elvin Jones, el velocísimo pianista de veintisiete dedos McCoy Tyner y el incansable perfecto trabajador al bajo Jimmy Garrison.
Ya en el 59 buscaba Coltrane a los otros 3 miembros de su cuarteto, el cuarteto con el que pretendía realizar un viaje de no-retorno en las complejas andaduras del jazz. En breve encontraría a sus 3 gigantes. Luego iría añadiendo a su mujer o a otro titánico batería: Rashied Ali o a otro saxo y flautista extraterrestre como Pharoah Sanders.
Sin esta experiencia musical coltreniana “al otro lado” de los canones razonables y su estelar legado “confía en ti mismo y déjate llevar por la música que llevas dentro”, nos resulta difícil imaginar a Jimi Hendrix o Joe Lovano. O la arrolladora influencia que ejerció en otro de nuestros amadísimos jazz-men: Art Pepper.
Y es que Coltrane parece no poder parar durante los años 60, hasta su muerte -oh demasiado temprana- en 1967, incapaz de “sacar la boca del caño” como dijo Miles Davis. Torrentes de notas sudadas y esforzadas (la boquilla que utilizaba, durísima, le destrozaba las encías), cataratas de una mezcla de extasiado dolor y extasiado placer, en una inevitable búsqueda salvaje de la espiritualidad, aquello que nos obliga a trascender lo más terrible.
La música como brújula de fuego para asirse, agarrarse férreo, a la vida, a través de la pasión, la introspección, la incansable melodía rota y retransformada, sublime e incandescente.
Parecía Coltrane presentir su sombra, su nicho, su muerte, e imbatible se defendía a golpes de saxo. Y baladas tan tiernas y desgarradas que ponen los pelos de punta. Al parecer en sus conciertos, había gente del público que caía en éxtasis ante semejante intensidad sonora.
Hemos elegido un video irresistible del año 65, con su fiel cuarteto catapultando sonidos en una vertiginosa ascensión. Atentos a los primeros 4 minutos y medio, en que John Coltrane irradia fuerza ciclópea y sensibilidad a raudales acompañado, únicamente, por el diálogo de la espectacular polirritmia del señor Elvin Jones.
Acompañado por los músicos que más se adaptaron a esta brutal exploración interior de los sonidos: el pulpo batería de 8 brazos Mr. Elvin Jones, el velocísimo pianista de veintisiete dedos McCoy Tyner y el incansable perfecto trabajador al bajo Jimmy Garrison.
Ya en el 59 buscaba Coltrane a los otros 3 miembros de su cuarteto, el cuarteto con el que pretendía realizar un viaje de no-retorno en las complejas andaduras del jazz. En breve encontraría a sus 3 gigantes. Luego iría añadiendo a su mujer o a otro titánico batería: Rashied Ali o a otro saxo y flautista extraterrestre como Pharoah Sanders.
Sin esta experiencia musical coltreniana “al otro lado” de los canones razonables y su estelar legado “confía en ti mismo y déjate llevar por la música que llevas dentro”, nos resulta difícil imaginar a Jimi Hendrix o Joe Lovano. O la arrolladora influencia que ejerció en otro de nuestros amadísimos jazz-men: Art Pepper.
Y es que Coltrane parece no poder parar durante los años 60, hasta su muerte -oh demasiado temprana- en 1967, incapaz de “sacar la boca del caño” como dijo Miles Davis. Torrentes de notas sudadas y esforzadas (la boquilla que utilizaba, durísima, le destrozaba las encías), cataratas de una mezcla de extasiado dolor y extasiado placer, en una inevitable búsqueda salvaje de la espiritualidad, aquello que nos obliga a trascender lo más terrible.
La música como brújula de fuego para asirse, agarrarse férreo, a la vida, a través de la pasión, la introspección, la incansable melodía rota y retransformada, sublime e incandescente.
Parecía Coltrane presentir su sombra, su nicho, su muerte, e imbatible se defendía a golpes de saxo. Y baladas tan tiernas y desgarradas que ponen los pelos de punta. Al parecer en sus conciertos, había gente del público que caía en éxtasis ante semejante intensidad sonora.
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autor del artículo: pepeworks
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Estás viendo el blog personal del escritor y diseñador José Martín Molina (Pepeworks). Puedes saber más sobre sus creaciones en sus sitios web:
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