Penetraciones (19): Piggy la Estrábica (I)
Ajjjjj.
Joder, Piggy.
¡Qué asco!
Me da repelús el simple hecho de pensar en ella. Piggy. Es pronunciar su nombre y necesitar inmediatamente una escupidera a mano.
Cuando le tocaba el culo y la parte interna de sus muslos, me ponía tan cachondo como un helicóptero sin hélices a punto de estrellarse contra un rascacielos. Y lo cierto es que si lo pienso, creo que la suavidad que tenía entre los muslos es la más gozosa que he palpado en mi vida. PERO cuando empezábamos a restregarnos y estaba encima de mí, Piggy, en un plan seductor de cuarta categoría, se quitaba la camiseta para enseñarme las tetas, y lo hacía de una manera tan burda (teniendo en cuenta que sus tetas eran algo feas e inexpresivas, y que además para empeorarlo me dedicaba una mirada de congolesa subnormal, con una enorme sonrisa zafia y estúpida) que, en fin, todo ese alarde tan pueril de seducción, era fulminante para la integridad de mi erección. Se me bajaba al instante. ¡Y hacía siempre ese mismo gesto! Seguro que lo había memorizado concienzudamente en una de ésas estrafalarias guías de “cómo ser un amante increíble”. Así pues, cuando llegaba el repetitivo momento de su espectacular y desagradable destete, mientras agarraba la camiseta por abajo y subía los brazos para sacar la camiseta por la cabeza, yo, inmediatamente, cerraba los ojos para evitar males mayores.
Joder, Piggy.
¡Qué asco!
Me da repelús el simple hecho de pensar en ella. Piggy. Es pronunciar su nombre y necesitar inmediatamente una escupidera a mano.
Cuando le tocaba el culo y la parte interna de sus muslos, me ponía tan cachondo como un helicóptero sin hélices a punto de estrellarse contra un rascacielos. Y lo cierto es que si lo pienso, creo que la suavidad que tenía entre los muslos es la más gozosa que he palpado en mi vida. PERO cuando empezábamos a restregarnos y estaba encima de mí, Piggy, en un plan seductor de cuarta categoría, se quitaba la camiseta para enseñarme las tetas, y lo hacía de una manera tan burda (teniendo en cuenta que sus tetas eran algo feas e inexpresivas, y que además para empeorarlo me dedicaba una mirada de congolesa subnormal, con una enorme sonrisa zafia y estúpida) que, en fin, todo ese alarde tan pueril de seducción, era fulminante para la integridad de mi erección. Se me bajaba al instante. ¡Y hacía siempre ese mismo gesto! Seguro que lo había memorizado concienzudamente en una de ésas estrafalarias guías de “cómo ser un amante increíble”. Así pues, cuando llegaba el repetitivo momento de su espectacular y desagradable destete, mientras agarraba la camiseta por abajo y subía los brazos para sacar la camiseta por la cabeza, yo, inmediatamente, cerraba los ojos para evitar males mayores.
extracto perteneciente a la novela “Penetraciones” (© libro registrado en la sociedad general de autores)
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