06 diciembre 2011




Sueño (66) publicado en Un laboratorio indecente el 28/11/2011


(66) La velada musical de lujo y dispares situaciones surreales a mogollón

El sueño de la lujosa velada del galardón internacional al mejor intérprete de música clásica del momento y otras situaciones variadas bastante surrealistas
Sueño un poco a trompicones, saltando de una cosa a otra. Desde que recuerdo, la cosa empieza hablando con Martha con Hache por teléfono. Hablamos de los últimos preparativos de una actuación que tengo que hacer mañana, ni más ni menos que al otro lado del charco, en América. Donde tengo que ir será a ratos Norteamérica, a ratos Sudamérica. Pienso en el viaje: toda una odisea y para un solo día, tengo que hacer escala no sé dónde, seguramente tendré que coger un avión (en el sueño Europa y América, aunque muy distantes, estarán casi pegadas, como si no las separasen las aguas del mar Atlántico). Me calmo en cuanto tengo claro que no voy a ir, que luego llamaré a Martha y le presentaré una buena excusa que me exima de ir.

A continuación estoy con Martha en una cena de lujo con muchísimas mesas y muchísimos comensales, todos muy elegantemente vestidos, abundando los trajes de etiqueta, los fracs, etcétera. En cada mesa hay sentados grupos de entre cuatro y ocho personas. Se oye música clásica, tipo concierto. De mi mesa se lavanta un saxofonista y hace un solo al saxo. Después hace lo mismo un músico amigo o conocido mío (pero no identificado). Se trata de un concurso y un premio tipo Óscars de Hollywood, pero con la créme de la créme de la música clásica mundial y consiste en reconocer mundialmente al músico más importante del momento en el entorno de la música culta. Se levantará otro en la mesa y hará su solo quizá con una trompeta. Una voz de presentador con micrófono va indicando los nombres de los solistas. Al final ganará el prestigioso galardón el saxofonista que estaba sentado a mi mesa, qué pena porque yo quería que ganase mi amigo/conocido. El ganador se llama no sé qué, con el primer apellido Crejo. Eso me resulta familiar, con lo que le pregunto si es hermano de Javier Crejo, y efectivamente, según me imaginaba, es hermano de mi compañero del Colegio Alemán Javier Arroyo Crejo (aunque en el sueño no se llama exactamente así).

Luego (o antes) del premio internacional musical, Martha está tumbada encima de mí, que también estoy tumbado en un lujoso sofá en la cena del premio. Ahora en la calle, por la noche, seguimos con el músico ganador. Desde abajo le vemos (un amigo y yo) a través de la ventana de su casa del segundo o tercer piso. Recibe una llamada de teléfono y oímos la conversación (puede que haya llamado mi amigo). Ahora se oye un programa de radio o algo similar donde habla el músico premiado: es una eminencia, un gran intelectual, pienso que me gustaría tener amigos así.

La siguiente parte del sueño debe de venir a continuación, pero no estoy seguro. Nos encontramos en la casa del ganador del concurso anterior, haciendo radio de cachondeo, tipo Gomaespuma, emitiendo desde una habitación con una cama de matrimonio. Estaremos vestidos con pijamas de colores. Pasaré alternativamente de ser un mero testigo a ser protagonista de la acción y viceversa. Habrá momentos en que todos seremos muñecos de trapo muy animados, del tipo de los Teleñecos.

Ahora se trata de volver a casa (a Alcorcón) después de una noche movidita de juerga. Estoy con mi amigo Toni Santiago Linde. Hemos dejado atrás al Buitre. Durante un momento estaré dormido sobre un banco en pleno centro madrileño. Me separo de Toni, ya que yo iré más rápido, que es tardísimo. Aún es noche cerrada. Decido ir andando primero, después corriendo, entre el tráfico para no perder el autobús. Pero el autobús rojo de la EMT no me verá viniendo desde atrás y pasará de largo en su parada. En la siguiente parada (a la que llegamos casi al instante) le doy alcance y me planto a esperar en la parada antes de que llegue el bus. Pero tampoco parará. Seguiré corriendo entre el tráfico, tan rápido como los coches. Quizá esté utilizando un vehículo invisible. Y ya llegamos a la estación de Príncipe Pío donde salen los autobuses hacia Alcorcón. Alcanzo de nuevo al autobús, que ahora es un coche y le insulto acremente por no haberse detenido.

Voy a la parada de los autobuses que van a Alcorcón y Móstoles. Ya son las ocho de la mañana. Aparece una blasa, ¡qué bien! Es justo la que lleva a Los Habitáts de San José de Valderas. Cojonudo porque así llego a casa directamente y no tengo que cogerme cualquier autobús (como tenía pensado hacer) y luego regresar andando desde puntos lejanos de Alcorcón. Bien. Entro en la blasa y me siento hacia el final. Quizá ojeo una revista o algo similar. Sin que me de apenas cuenta ya hemos llegado. Me bajo en la penúltima parada, que casi se me pasa. Ya camino por los soportales de Los Hábitats, camino de mi portal. Me encuentro con Alfonso, mi vecino amiguete del sexto. Hacía muchísimo tiempo que no nos veíamos. Ahora que me doy cuenta estoy completamente desnudo de cuerpo entero, sin unos miserables calzoncillos que me tapen. Alfonso no parece darse cuenta, mientras yo me medio tapo como puedo con un par de libros que llevo debajo del brazo, bastante incómodo ante mi propia desnudez en plena calle y a plena luz del día. (Es curioso esto de volver totalmente desnudo a casa después de una "noche de juerga", ya lo he soñado repetidas veces, y normalmente nadie se percata de que ando en cueros, tal y como vine al mundo).

Según entramos en el portal, metiéndonos en el ascensor, Alfonso me cuenta que Alberto (otro amiguete juvenil) está fatal, muy mal físicamente. Resulta que se ha metido en un tipo de clases de un deporte extraño y a partir de ahí se le han ido manifestando malestares de todo tipo, sin diagnóstico definido, agravándose mucho su estado con el tiempo. En seguida me alarmo, sin duda se trata de una secta peligrosísima o algo así. Le voy diciendo atropelladamente a Alfonso lo que hay que hacer sin dilación. A todo esto van a entrar en el ascensor con nosotros otros cuatro tipos más. Yo digo que no hay más sitio. Pero sí, cabemos todos. Alfonso y yo nos apretujamos hacia dentro y entran los cuatro nuevos.

Llegamos al cuarto piso. Aunque Alfonso vive realmente en el sexto piso, su casa ahora está contigua a la mía. Nos separamos, cada mochuelo a su olivo. En cuanto entro en casa veo a mi hermana y me recibe mi madre, muy preocupada por lo tarde que he llegado y por si he bebido demasiado alcohol. Hago recuento y resulta que en toda la noche sólo me he bebido dos copas: una en la celebración de lujo del premio musical y otra bastante después cuando andaba deambulando por ahí con Toni Santiago Linde y el Buitre, y puede que también estuviese Ángel Borrego. Así se lo digo a mi madre. Además le doy la noticia de que por fin he decidido cambiar y ahora todo será distinto.

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