Sueño (110) publicado en Un laboratorio indecente el 28/04/2012
(110) Contratiempos y más contratiempos
► ver más información sobre el libro Sueños
► adquirir el libro en España y Europa
► adquirir el libro en Argentina
► adquirir el libro en México
► adquirir el libro en Colombia
► comprar eBook en Amazon
(110) Contratiempos y más contratiempos
Durante los tres días consecutivos de un fin de semana tengo trabajo: hacer de camarero infiltrado como animación para tres despedidas de soltero a la hora de la cena. A razón de una despedida de soltero por día, mejor dicho por noche. Todas en el mismo restaurante, que se encuentra por la zona de Concha Espina más o menos, en las relativas proximidades del Santiago Bernabeu. Tanto en la primera despedida como en la segunda todo se desarrolla con normalidad: voy en taxi hacia el restaurante, realizo mi actuación con éxito y vuelvo en taxi a casa. Hay imágenes de las calles de Madrid por la noche y los recorridos que hago. Pero la tercera noche, la noche del lunes, todo, absolutamente todo se complica.
Resulta que me atraso bastante a la hora de salir de casa porque Eva ha cambiado sistemáticamente las cosas de sitio. Cada vez que busco algo, por ejemplo la camisa de camarero de color rosa pálido, resulta que no se encuentra donde debería. Me vuelvo loco al ver que cada pequeño preparativo me atrasa porque no encuentro nada. Eva, que no estaba presente en las dos noches anteriores, en esta tercera ocasión ha reformado medio hogar. Lo ha hecho con todo el amor y la buena intención del mundo, pero... yo prefiero las cosas descolocadas a mi manera, donde siempre sé dónde encontrar cada cosa. Y en mi nerviosismo, al ver que llego tardísimo y siguen surgiendo contratiempos, comienzo a quejarme cada vez más, lo que nos llevará a Eva y a mí a discutir. Ella repetirá que ha arreglado la casa y mis cosas porque me quiere, que sino no lo haría, y que todo lo ha organizado según lo que es mejor para mí. Yo la rectifico y le digo que no ha hecho lo que es mejor para mí, sino lo que ella cree que es mejor para mí, que es distinto, muy distinto. Y añadiré algo relacionado con que querer no es cambiar, sino aceptar.
Para evitar que la discusión siga creciendo, termino por evadirla, que ya se está haciendo tardísimo o eso imagino, porque es el caso que no sé (nunca me lo indicaron) la hora exacta de la cena. Con lo cual o llego casi al final de la cena o cuando ya haya terminado o incluso, que también es posible, llego antes de que empiece... que a lo mejor es de las que empiezan pasada la media noche. Pero como es lunes festivo y mañana martes es laborable, imagino que la lógica dicta que la cena empiece pronto... Por otro lado pienso que si voy tan retrasado es extraño que no me haya llamado nadie para saber por dónde ando o por qué razón no he llegado aún... Y también pienso que quizá se haya suspendido la celebración y por eso nadie se pone en contacto conmigo... Lo cierto es que, aunque se me pasará por la cabeza varias veces el llamar por teléfono al restaurante para asegurarme de la hora y si es necesario avisar de que llego tarde o de si finalmente hace falta que vaya o no, nunca lo haré, preferiré, de manera obcecada, terminar de prepararme cuando antes, pese a todas las dificultades que no dejan de surgir, e ir hacia el restaurante lo más pronto posible.
Pero antes de salir de casa los percances no dejan de aparecer uno tras otro. Me ha costado encontrar la camisa rosa pálido antes mencionada, condimentada con sus manchas de grasa y lamparones ideales para la caracterización de mi destartalado personaje, y ahora no encuentro el jersey o abrigo que me pongo encima para salir y que no importa que se manche, mas Eva lo ha echado a lavar y no sabe dónde lo ha puesto... y no me hace ninguna gracia tener que manchar otras prendas, que ahora se encuentran en una caja de plástico mediana tapando la entrada de mi habitación. En el cuarto de baño lo mismo: todo ha cambiado de lugar y encontrar una simple toalla, el jabón en el ridículo plato de ducha o el tubo de dentífrico se convierte en una odisea. Aparece mi padre a mi lado en el baño, más como fantasma del más allá que como persona real, dándome consejos, que me calme y recalcando la maravillosa mujer que tengo por pareja. Por otro lado, nuestra vivienda en el sueño, no muy grande, más bien pequeña, es una especie de mercadillo caótico, con objetos, cachivaches, telas y cajas por todos los lados, toda una especie de horror vacui donde es casi imposible localizar nada... (de alguna forma tiene semejanzas con mi antigua vivienda en una corrala).
Cuando al fin estoy a punto de salir, llegan invitados. Familiares. Esta noche se celebra en casa algo relacionado con que mi padre se va a casar o nosotros mismos o algo de ese tenor. En seguida está la casa llena de gente, sentados a la mesa del salón la mayoría, dispuestos a comenzar a hincarle el diente a algunos suculentos manjares caseros. Entre ellos están mi tío Emilio y mi tío Paco. También mi primo Chenchu emerge en un momento determinado a mi vera diciéndome no sé qué. Por unos instantes dudo: ¿qué hago?, ¿me quedo aquí con ellos y dejo de ir a trabajar al restaurante? Pero me respondo rápidamente: No, mi sentido de la responsabilidad me impide no ir a currar. Además, que si lo pienso bien, no me apetece nada esta velada hogareña y familiar. Así que el trabajo, de nuevo, viene a ser la excusa perfecta para escaquearme.
Finalmente, increíblemente, ya, de una vez por todas, casi al filo de la una de la madrugada, me encuentro pateando las calles nocturnas de Madrid a la caza de un taxi para llegar cuanto antes a mi destino. Pero, por una razón inexplicable, ¡no hay manera humana de encontrar un taxi libre!, cuando siempre abundan, sobre todo a estas horas. No, si cuando las cosas se complican... No cejo en mi empeño y callejeo, pese a la creciente dificultad, convencido de que antes o después terminaré por localizar un tequi.
Siendo la tónica general del sueño los contratiempos, por supuesto que habrán de seguir incesantemente, como era de esperar. Así que ahora, en el marco de una plaza alargada en estilo similar a la zona del Madrid de los Austrias, me veo rodeado por varios grupos de atracadores, que me han elegido como presa entre el gentío. Me rodean por todos los lados y vienen acercándose poco a poco. Por mucho que estén camuflados entre los numerosos viandantes, distingo sus miradas fijas en mí y en sus intenciones. Imposible escapar corriendo. Recurro al truco de llamar a la policía a gritos para que vengan en mi ayuda. "¡¡Policíaaaaaa!!". De inmediato los atracadores salen espantados, huyendo en múltiples direcciones. Sin embargo terminan regresando un par de veces más. Volveré a pedir auxilio a la policía para dispersarles. Hasta que realmente entran en escena miembros de la policía, que me conducen, a mí y a otros peatones que me circundan, a modo de proteccion, hacia una comisaría que ahora se encuentra en el centro de la plaza. Yo le explico a una mujer policía mi situación y la urgente necesidad de coger un taxi. Ella me dirá que es peligroso alejarse de la comisaría, que tengo la opción de solicitar un taxi telefónicamente desde aquí, donde estoy protegido. No me convence mucho la idea. Escudriñando la noche me fijo en que los ladrones han desaparecido totalmente, ya no están y sé que no regresarán por temor a la poli, así que salgo del cascarón policial (estábamos debajo de un porche) y reemprendo la búsqueda del taxi por las calles nocturnas de Madrid.
Arribo a una calle estrecha bien iluminada, bastante transitada y con mucho tráfico, donde hay bastantes posibilidades de encontrar vehículo, pero... ¡cómo no, algo tenía que suceder que entorpeciera las cosas! Ahora es la competencia la que entra en juego, o sea aquellos que se hallan en mi misma situación: encontrar un taxi libre. El primero de ellos es un travesti enorme y muy alto, ataviado con plumas, minifalda, largas botas y una gran peluca de exuberantes cabellos femeninos, que alza la mano para detener taxis. Al verme me piropea, ¡me dice que soy perfecto! Yo le respondo que no soy tan perfecto como él (o ella) se cree. Me halaga mucho su sincero cumplido, pero me niego a que él (o ella) que ha llegado después que yo me quite mi taxi. ¡El siguiente es mío, por supuesto! Con lo que me adelanto unos metros para que no me robe mi taxi. El travesti descubre mis intenciones y correrá a su vez para adelantarme. Y de esta manera estaremos un buen trecho, adelantándonos el uno al otro. Él (o ella) ahora lleva acompañante. Con lo que son dos contrincantes. Detrás de nosotros se irán sumando más caminantes, intuyendo que sabemos dónde se encuentra el petróleo, es decir, las ansiadas e inencontrables perlas de los taxis libres.
Y sí, efectivamente, en Madrid hay una Meca de taxis libres a la que nos estamos acercando: la calle Segovia, la larga calle que pasa por debajo del centro del Viaducto de Segovia, al que nos estamos aproximando. Si bien habrá taxis libres de sobra y ya no es necesario apresurarse, nuestra carrera sigue por acto reflejo y nuestro instinto competitivo aumenta, ya se trata de una cuestión de orgullo ser el primero. O el travestorro y compañía o yo. Mas me da vértigo acercarme al viaducto, por lo tanto decido rodearlo, aún a expensas de perder la batalla con mis contrincantes.
El camino entre parques inundados por la oscuridad de la noche se obstaculiza y para poder avanzar me interno secretamente en una minúscula oficina ubicada entre la vegetación. Reviso paredes y oquedades y no puedo avanzar. Un empleado entra y me descubre. Sin alarmarse, casi ignorando mi intrusista presencia, se sienta ante su mesa de despacho, dispuesto a trabajar. Quizá cruce algunas palagras con él para que me ayude en mi empresa. Lo último que recuerdo es que ya ha amanecido.
Resulta que me atraso bastante a la hora de salir de casa porque Eva ha cambiado sistemáticamente las cosas de sitio. Cada vez que busco algo, por ejemplo la camisa de camarero de color rosa pálido, resulta que no se encuentra donde debería. Me vuelvo loco al ver que cada pequeño preparativo me atrasa porque no encuentro nada. Eva, que no estaba presente en las dos noches anteriores, en esta tercera ocasión ha reformado medio hogar. Lo ha hecho con todo el amor y la buena intención del mundo, pero... yo prefiero las cosas descolocadas a mi manera, donde siempre sé dónde encontrar cada cosa. Y en mi nerviosismo, al ver que llego tardísimo y siguen surgiendo contratiempos, comienzo a quejarme cada vez más, lo que nos llevará a Eva y a mí a discutir. Ella repetirá que ha arreglado la casa y mis cosas porque me quiere, que sino no lo haría, y que todo lo ha organizado según lo que es mejor para mí. Yo la rectifico y le digo que no ha hecho lo que es mejor para mí, sino lo que ella cree que es mejor para mí, que es distinto, muy distinto. Y añadiré algo relacionado con que querer no es cambiar, sino aceptar.
Para evitar que la discusión siga creciendo, termino por evadirla, que ya se está haciendo tardísimo o eso imagino, porque es el caso que no sé (nunca me lo indicaron) la hora exacta de la cena. Con lo cual o llego casi al final de la cena o cuando ya haya terminado o incluso, que también es posible, llego antes de que empiece... que a lo mejor es de las que empiezan pasada la media noche. Pero como es lunes festivo y mañana martes es laborable, imagino que la lógica dicta que la cena empiece pronto... Por otro lado pienso que si voy tan retrasado es extraño que no me haya llamado nadie para saber por dónde ando o por qué razón no he llegado aún... Y también pienso que quizá se haya suspendido la celebración y por eso nadie se pone en contacto conmigo... Lo cierto es que, aunque se me pasará por la cabeza varias veces el llamar por teléfono al restaurante para asegurarme de la hora y si es necesario avisar de que llego tarde o de si finalmente hace falta que vaya o no, nunca lo haré, preferiré, de manera obcecada, terminar de prepararme cuando antes, pese a todas las dificultades que no dejan de surgir, e ir hacia el restaurante lo más pronto posible.
Pero antes de salir de casa los percances no dejan de aparecer uno tras otro. Me ha costado encontrar la camisa rosa pálido antes mencionada, condimentada con sus manchas de grasa y lamparones ideales para la caracterización de mi destartalado personaje, y ahora no encuentro el jersey o abrigo que me pongo encima para salir y que no importa que se manche, mas Eva lo ha echado a lavar y no sabe dónde lo ha puesto... y no me hace ninguna gracia tener que manchar otras prendas, que ahora se encuentran en una caja de plástico mediana tapando la entrada de mi habitación. En el cuarto de baño lo mismo: todo ha cambiado de lugar y encontrar una simple toalla, el jabón en el ridículo plato de ducha o el tubo de dentífrico se convierte en una odisea. Aparece mi padre a mi lado en el baño, más como fantasma del más allá que como persona real, dándome consejos, que me calme y recalcando la maravillosa mujer que tengo por pareja. Por otro lado, nuestra vivienda en el sueño, no muy grande, más bien pequeña, es una especie de mercadillo caótico, con objetos, cachivaches, telas y cajas por todos los lados, toda una especie de horror vacui donde es casi imposible localizar nada... (de alguna forma tiene semejanzas con mi antigua vivienda en una corrala).
Cuando al fin estoy a punto de salir, llegan invitados. Familiares. Esta noche se celebra en casa algo relacionado con que mi padre se va a casar o nosotros mismos o algo de ese tenor. En seguida está la casa llena de gente, sentados a la mesa del salón la mayoría, dispuestos a comenzar a hincarle el diente a algunos suculentos manjares caseros. Entre ellos están mi tío Emilio y mi tío Paco. También mi primo Chenchu emerge en un momento determinado a mi vera diciéndome no sé qué. Por unos instantes dudo: ¿qué hago?, ¿me quedo aquí con ellos y dejo de ir a trabajar al restaurante? Pero me respondo rápidamente: No, mi sentido de la responsabilidad me impide no ir a currar. Además, que si lo pienso bien, no me apetece nada esta velada hogareña y familiar. Así que el trabajo, de nuevo, viene a ser la excusa perfecta para escaquearme.
Finalmente, increíblemente, ya, de una vez por todas, casi al filo de la una de la madrugada, me encuentro pateando las calles nocturnas de Madrid a la caza de un taxi para llegar cuanto antes a mi destino. Pero, por una razón inexplicable, ¡no hay manera humana de encontrar un taxi libre!, cuando siempre abundan, sobre todo a estas horas. No, si cuando las cosas se complican... No cejo en mi empeño y callejeo, pese a la creciente dificultad, convencido de que antes o después terminaré por localizar un tequi.
Siendo la tónica general del sueño los contratiempos, por supuesto que habrán de seguir incesantemente, como era de esperar. Así que ahora, en el marco de una plaza alargada en estilo similar a la zona del Madrid de los Austrias, me veo rodeado por varios grupos de atracadores, que me han elegido como presa entre el gentío. Me rodean por todos los lados y vienen acercándose poco a poco. Por mucho que estén camuflados entre los numerosos viandantes, distingo sus miradas fijas en mí y en sus intenciones. Imposible escapar corriendo. Recurro al truco de llamar a la policía a gritos para que vengan en mi ayuda. "¡¡Policíaaaaaa!!". De inmediato los atracadores salen espantados, huyendo en múltiples direcciones. Sin embargo terminan regresando un par de veces más. Volveré a pedir auxilio a la policía para dispersarles. Hasta que realmente entran en escena miembros de la policía, que me conducen, a mí y a otros peatones que me circundan, a modo de proteccion, hacia una comisaría que ahora se encuentra en el centro de la plaza. Yo le explico a una mujer policía mi situación y la urgente necesidad de coger un taxi. Ella me dirá que es peligroso alejarse de la comisaría, que tengo la opción de solicitar un taxi telefónicamente desde aquí, donde estoy protegido. No me convence mucho la idea. Escudriñando la noche me fijo en que los ladrones han desaparecido totalmente, ya no están y sé que no regresarán por temor a la poli, así que salgo del cascarón policial (estábamos debajo de un porche) y reemprendo la búsqueda del taxi por las calles nocturnas de Madrid.
Arribo a una calle estrecha bien iluminada, bastante transitada y con mucho tráfico, donde hay bastantes posibilidades de encontrar vehículo, pero... ¡cómo no, algo tenía que suceder que entorpeciera las cosas! Ahora es la competencia la que entra en juego, o sea aquellos que se hallan en mi misma situación: encontrar un taxi libre. El primero de ellos es un travesti enorme y muy alto, ataviado con plumas, minifalda, largas botas y una gran peluca de exuberantes cabellos femeninos, que alza la mano para detener taxis. Al verme me piropea, ¡me dice que soy perfecto! Yo le respondo que no soy tan perfecto como él (o ella) se cree. Me halaga mucho su sincero cumplido, pero me niego a que él (o ella) que ha llegado después que yo me quite mi taxi. ¡El siguiente es mío, por supuesto! Con lo que me adelanto unos metros para que no me robe mi taxi. El travesti descubre mis intenciones y correrá a su vez para adelantarme. Y de esta manera estaremos un buen trecho, adelantándonos el uno al otro. Él (o ella) ahora lleva acompañante. Con lo que son dos contrincantes. Detrás de nosotros se irán sumando más caminantes, intuyendo que sabemos dónde se encuentra el petróleo, es decir, las ansiadas e inencontrables perlas de los taxis libres.
Y sí, efectivamente, en Madrid hay una Meca de taxis libres a la que nos estamos acercando: la calle Segovia, la larga calle que pasa por debajo del centro del Viaducto de Segovia, al que nos estamos aproximando. Si bien habrá taxis libres de sobra y ya no es necesario apresurarse, nuestra carrera sigue por acto reflejo y nuestro instinto competitivo aumenta, ya se trata de una cuestión de orgullo ser el primero. O el travestorro y compañía o yo. Mas me da vértigo acercarme al viaducto, por lo tanto decido rodearlo, aún a expensas de perder la batalla con mis contrincantes.
El camino entre parques inundados por la oscuridad de la noche se obstaculiza y para poder avanzar me interno secretamente en una minúscula oficina ubicada entre la vegetación. Reviso paredes y oquedades y no puedo avanzar. Un empleado entra y me descubre. Sin alarmarse, casi ignorando mi intrusista presencia, se sienta ante su mesa de despacho, dispuesto a trabajar. Quizá cruce algunas palagras con él para que me ayude en mi empresa. Lo último que recuerdo es que ya ha amanecido.
Narración perteneciente al libro de relatos "Sueños" (Tomo I) del escritor José Martín Molina. Ahora disponible tanto en formato libro como en formato eBook.
► ver más información sobre el libro Sueños
► adquirir el libro en España y Europa
► adquirir el libro en Argentina
► adquirir el libro en México
► adquirir el libro en Colombia
► comprar eBook en Amazon
Estás viendo el blog personal del escritor y diseñador José Martín Molina (Pepeworks). Puedes saber más sobre sus creaciones en sus sitios web:
► web de escritor: www.josemartinmolina.com
► web de diseño: www.pepeworks.com . Se agradece la visita!
► web de escritor: www.josemartinmolina.com
► web de diseño: www.pepeworks.com . Se agradece la visita!
0 Comentarios :
Publicar un comentario