29 septiembre 2012




Sueño (129) publicado en Un laboratorio indecente el 15/06/2012


(129) Con Rosa, la autora del blog El Escaparate de Rosa

Soñando con Rosa, la autora del blog de ayuda para blogs El Escaparate de Rosa
Llamo por teléfono a Rosa, la difunta bloguera de "El escaparate de Rosa" (blog fundamental de ayuda para blogs), para quedar con ella. Y quedamos. Poco después, a media mañana, nos vemos cerca de la Gran Vía madrileña (aunque en el sueño esta famosa calle tiene otra apariencia). Nada más verla me doy cuenta del equívoco. Ella se piensa que hemos tenido una cita, o sea, que hemos quedado para ligar, con lo que viene completamente emperifollada, con minifalda apretada y todo. Dado que ella tiene cincuenta y largos o incluso sesenta años, está un poco ridícula ataviada como si tuviera veinte. Evidentemente yo no quiero ningún tipo de romance con ella, pero por miedo a que se desilusione mantengo una cierta ambigüedad, manteniéndome galante, pero distante o despistado, como si mi ingenuidad o falta de perspicacia me impidiesen ver las constantes señales de flirteo que me irá enviando a lo largo del sueño, que serán muchas, ya que ella sí parece verse muy estimulada por mis encantos, sobre todo mi juventud, tan de "carne fresca" para ella, para su edad.

A los pocos pasos me pregunta Rosa si nos sentamos en esta terraza a tomarnos un café. Miro el entorno. Son una mesitas blancas de plástico situadas a la entrada de un bar sito en un chaflán que da a una placita tranquila, en una esquina de la Gran Vía soñada. Vale. Accedo. Pero al ir a sentarme las sillas de plástico blanco ¡son enanas! Del tamaño de las sillitas para niños de tres años. No obstante me acomodo sobre una de ellas como buenamente puedo, sentándome casi en el suelo y sobrándome las piernas por todos los lados. En breve, de inmediato, estaremos dentro del bar, ante la barra, sentados sobre taburetes normales y corrientes, con sus debidas proporciones.

Yo tengo muchas ganas de hablar con ella de mi intensa relación con el mundo de los blogs y que además ella me instruya con su valisísima experiencia sobre el tema. Mas ella muestra poco interés por el asunto, eludiendo la conversación con frases cortas. Ella prefiere hablar de "nosotros" y sigue emitiendo sus abiertas señales para iniciar un romance... Yo le pregunto por el modo en que se las arregló para que todo el mundo la crea fallecida, y por qué no desmiente el hecho de su muerte. Ella me explica sin ganas que ya que todo el mundo creyó en su defunción, no se encontró con fuerzas para causarles la fuerte impresión de que esa noticia era errónea. Y añade, con evidente intención de no seguir departiendo sobre el tema, que esa historia ya me la contó. Logro recordar vagamente y sí, es cierto, ya me narró lo sucedido.

Justo a nuestro lado, ahora, se ha instalado un borracho baboso que intenta ligar con Rosa. Yo me interpongo, caballeroso, para alejar al pesado borrachuzo. Y pasan más cosas en el bar. Movimiento de gentes y camareros. Es un bar bien largo y de dimensiones anchas. Entre tanto, con Rosa y conmigo hay dos chicas más. Una de ellas, amiga o prima mía, quizá mulata, es muy atractiva, guapa y bien formada. Prácticamente todos los presentes, que son tíos, se encandilan con esta chica. Cuando al poco desaparece nuestra eventual compañía, me preguntarán varios, especialmente un camarero moreno y larguirucho, que dónde está mi amiga.

Llega el momento de salir del bar y retirarnos y emprender el camino de vuelta a casa. Cada uno a la suya, claro. Decido acompañar un rato a Rosa (mi morada está cerca y se puede ir andando), porque me siento culpable de las ilusiones que ella se ha hecho conmigo. Caminando por las calles, éstas se estrechan y repentinamente estamos inmersos en un laberinto de callejuelas, casas, pasadizos y recovecos que nos despistan y consiguen que nos desorientemos. Y sin saber cómo, nos hemos internado en una enorme sala de almacenaje llena hasta el techo de mercancías de todo tipo. Rosa atravesará unos moldes como de piedra, con la forma de arcadas y ahí la perderé de vista. La busco, me interno entre los bloques. Avanzar es sumamente complicado, apenas hay espacios por dónde se pueda pasar entre este marasmo petrificado. Hasta que logro salir y me encuentro, en el piso de abajo, a una docena de personas entre las que está Rosa, reunidos con un vigilante malhumorado.

Dicho vigilante se queja una y otra vez de que siempre que nos perdemos aparecemos por aquí y ahora él se tiene que encargar de abrirnos las puertas de cristal para que salgamos, molestándole continuamente en su trabajo. El hombre, de aspecto simpático y moreno, se expresa con tales ocurrencias y con tales patadas al diccionario que es imposible contener la risa. Y nos carcajeamos de lo lindo con sus fabulosos disparates. Alguien le hace ver que está haciendo el ridículo, quizá un amigo suyo aquí presente. Así que deja su destartalada cháchara y nos abre las puertas acristaladas hacia el exterior.

De nuevo con Rosa caminando. Mi intención es dejarla en la parada del autobús de la Ronda de Toledo que hay poco antes de llegar a mi casa (hablamos del piso de la corrala en la zona del Rastro). Cuando estamos alcanzando dicha parada pegada a un muro de media altura, justo se detiene un bus rojo de la E.M.T. Hago correr a Rosa para que le demos alcance. No sabemos si es el autobús que necesita Rosa pero más vale prevenir así que bien rapidito conseguimos colarnos por la parte trasera del vehículo. Si nos hemos equivocado siempre podemos bajarnos en la siguiente parada (esta solución arriesgada es mejor que esperar indefinidamente en la parada acompañando a Rosa, ya que empiezo a impacientarme y a tener prisa por llegar a mi hogar cuanto antes). Ha habido suerte, preguntamos al conductor y efectivamente, es nuestro transporte.

Ahora pienso en bajarme en la siguiente parada para retomar el camino a casita, mas de nuevo surge esa "culpabilidad" a la hora de "abandonar" a esta ilusionada mujer (no dejo de padecer el haberla defraudado por no poder cumplir sus expectativas de romance)... Así que me decanto por servirla de acompañamiento dos o tres paradas más, es decir, hasta que ella se baje en su destino.

El autobús interurbano deja atrás la Puerta de Toledo, aproximándose a la parada que hay en un entorno "hostil" para mí (esta localización ya se me ha repetido en algún sueño que otro, relacionada precisamente con viajes en autobús y con la vivienda que tuve en la corrala de la calle Peña de Francia; y aunque su ubicación urbana sería pareja a la del estadio Vicente Calderón, su apariencia es más semejante -sin tener nada que ver- al Puente de Vallecas, sólo que triplicando sus dimensiones; hablamos de una parada de autobús que se encuentra en una plazoleta circular bajo un gran puente sobre el que se asienta una gran carretera, flanqueada a su vez dicha rotonda por autopistas de muchos carriles, identificándose con la M-30; algo así como un minúsculo vacío peatonal inmerso en un océano de intenso, ruidoso y salvaje tráfico). Por lo tanto, dado que no es buen sitio para apearme, prefiero avanzar otra parada más. En este tramo del trayecto nos hemos quedado solos el conductor y yo, todos los demás, incluida Rosa, se bajaron ya.

La siguente detención es bajo el porche de un hotel. Es ahí donde tendré que salir del autobús, para, desplazándome hasta el otro extremo del parque que tenemos delante, coger el autobús que haga el camino de vuelta. Al enterarse el conductor (estoy de pie junto a él) que mi destino es el contrario al de la dirección que él lleva, como favor hacia mí, hace una burrada. Gira de golpe el autobús 180 grados, cometiendo un buen par de infracciones de tráfico, y, saliéndose de su ruta y de sus obligaciones, emprende a toda velocidad el camino de vuelta, hacia mis aposentos.

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