

Hemos traído las obras El festín de Herodes (1314, pintura mural) y Adoración de los Magos (1315-1320, fresco) de Giotto (h. 1267-1337), arquitecto y pintor mágico, donde vemos una curiosa y tierna relación entre las arquitecturas y los hombres.
El descubrimiento de la perspectiva en el Renacimiento estaba todavía en sus primeros titubeos (aún faltaba un poquito para la expansión del quattrocento). Eran las primeras manifestaciones de la individualidad humana escindiéndose del protector colectivo religioso-moral. Nos encontramos ante los primeros gritos inarticulados del Yo, que en seguida irían despertándose y afirmándose, ya imparables, con modulaciones de bel canto y colocando al hombre en el centro del universo.
Nos embelesan estos espacios de Giotto, con sus figuras de halo místico-hierático, con esa pátina de idealismo bizantino que impregnan sus cuadros. Con esas arquitecturas aún incipientes que nos producen maravilla.
Construcciones que nos acercan al mundo de cajitas pequeñas dentro de cajitas un poco más grandes del periodo irreal y mágico de la infancia. Un juego similar al de las muñecas rusas, pero con casas. Donde las cosas o son gigantescas o infinitamente pequeñas.
Mundo infantil, donde todo es posible y a la vez sorprendentemente imposible. Todo aparece y desaparece sin lógica, a través de una ensoñación permanente, atemporal, sin relación causa-efecto, en un concepto espacial primitivo, naciente, bidimensional, bruma de sueños.
¿Cómo puede entrar un diminuto camello por la puerta de un palacio de Palladio? ¿Cómo atraviesa el elefante el ojo de una cerradura?
A toda esta irrealidad mágica nos dirigen los espacios de Giotto. Casas improbables, ventanas en altura cada vez más reducidas hasta lo impracticable, habitaciones como una segunda piel humana (la casa a cuestas, el caparazón de la tortuga, el helicoide marterno del caracol…), identificación del binomio antagónico dentro-fuera.
Pintura naïf lo llamaríamos ahora (Chagall, Henri Rousseau…), impulso estético de finales del siglo XIX que buscaba una relativa y sana vuelta a los orígenes, a la niñez, a la espontaneidad, a la falta, precisamente, de perspectiva y geometría euclidiana. O sea, lo que hacía Giotto más de 600 años antes, con la diferencia, de que Giotto no miraba al pasado, sino al futuro. Quizá sea, de hecho, el primero de los pintores de la Edad Moderna.
autor del artículo: pepeworks
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