Sueño (47) publicado en Un laboratorio indecente el 22/09/2011
(47) Divertidas situaciones en clase y en un trabajo de oficina ideal
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(47) Divertidas situaciones en clase y en un trabajo de oficina ideal
Hacía tiempo que no tenía un sueño tan divertido y tranquilo, con muchos curiosos gags o situaciones hilarantes o inverosímiles. De lo más surrealista. El sueño se dividirá en dos espacios: una clase (de instituto más o menos) y una oficina.
En clase pasan muchas cosas. Me veo sentado en una hilera de mesas en sentido perpendicular a la pared del encerado. No estoy cómodo en este asiento, me gustaría coger otro, más cerca de las chicas, entre ellas Pato. El aula se divide en dos, una grande y otra paralela, separada por una pared, con una puerta. Aunque esta sala alargada también depende del aula general, no se les ve, y tampoco ven la lección, pero sí se oye. En otro momento estaré en esta clase-apéndice, entre las chicas. En otro momento estoy pensando: "lo mejor es siempre llegar de los últimos", cuando voy por el pasillo para llegar a clase, pero esta vez me he adelantado para conseguir un sitio en el que me encuentre más agusto. Sin embargo al llegar compruebo que ya están casi todos los sitios cogidos. Veo uno, al lado creo que de Gustavo Roales, más en el centro de la sala, aunque un poco atrasado para mi gusto, pero al instante de sentarme resulta que llega el alumno que se sienta siempre ahí (¿Manu?, ¿Lorenzo?), con lo que vuelvo a estar sin sitio.
Y ahora en clase hay retransmisiones de fútbol de la selección española y sus victorias. ¡¡¡Pero los partidos que estamos viendo retransmitidos se juegan dentro de la clase, entre los alumnos!!! Juegan con espacio suficiente, aunque el campo de juego es más cercano al de fútbol sala. Se ven goles gloriosos de la selección. Una especie de voz en off va relatándonos las jugadas. Hay un golazo de un tal Bruno, que ha sido elegido el mejor futbolista del año. Lo del Bruno no me encaja. Veo un calendario en una agenda, y resulta que los partidos son del 2010, o sea que no son actuales, son partidos en diferido. En cuanto descubro esto el fútbol pasa a un segundo plano. Y me fijo en que al lado de una especie de despachito que hay en la entrada del aula, surge como un rayo un tipo en pantalones cortos de deporte haciendo un sprint corriendo, en plan calentamiento. Me fijo y hay algún que otro deportista. Soltaré una carcajada con el tipo deportista, ¿es que no hay otro sitio? Y me provoca hilaridad lo excéntrico de la situación: un aula donde pasan todo tipo de cosas, llena de gente, con espontáneos deportistas, un campo de fútbol dentro y más curiosidades de todo tipo. Más que tratarse de las estrecheces del camarote de los hermanos Marx, aquí cabe todo el mundo con suficiente amplitud. Parece mentira en un aula de dimensiones normales.
Y de pronto estoy en una oficina, trabajando. Bueno, lo de trabajando es un decir. Aquí no hago absolutamente nada. Tengo que estar aquí, en horario de oficina, pero no tengo nada que hacer, nadie me manda nada. Al revés, aquí la gente está todo el día de cháchara. Yo fumo en el trabajo, cigarrillos de liar. Una empleada parece regañarme por lo de fumar. No me había dado ni cuenta de que estaba fumando en el trabajo... pero empiezo a fijarme y aquí ¡¡¡todo el mundo fuma!!! Pero como carreteros. Alucinante: ¡¡se pasan por el forro completamente las leyes antitabaco!! Esto me encanta.
El ambiente laboral es muy distendido, no hay estrés. Los currantes se arremolinan aquí y allá, charlan, cotillean. Ahora estoy con dos gorditas maduras que critican a otra gordita que acaba de pasar y le ha dicho algo malintencionado a una de las que se queja.
Termino descubriendo cual es mi puesto. Resulta que soy el secretario de un jefe (que lleva barba bermeja, según recuerdo) de los que hay por aquí. Y este personaje, el que es mi jefe, es un vago auténtico: no hace absolutamente nada: se pasea, parlotea con unos y con otros, cuenta chistes, hace gracias, gasta bromas, lee el periódico, pero lo que es trabajar: nada de nada, absolutamente nada. Seguramente sea un enchufado, el familiar de algún pez gordo, un cuñado o algo por el estilo.
Imagino que mi jefe, en cualquier momento, me encargará algo, pero nada, nunca me encarga nada, con lo cual me entretengo charlando, rulando por la oficina, etcétera. Tengo una especie de despachito para mí, una pequeña secretaría acristalada, casi como si fuese el portero de la oficina. Pero mi espacio es muy singular, a ratos también hace las funciones de cuarto de baño y al lado de mi mesa hay un váter. Se supone que cuando alguien va a hacer sus necesidades, yo me tengo que salir.
Como veo que puedo hacer lo que me da la gana, voy planteándome escribir un poco sobre la mesa de escritorio o hacer mis cosas, ya tengo comprobado que aquí nadie te echa la bronca por nada. Este trabajo es desde luego un auténtico chollo, una maravilla. Además sólo tengo que estar 5 o 6 horas, salgo a las cinco de la tarde. Aún me quedan dos horitas.
Ahora mi jefe se planta en el centro y comienza a contar a todo el mundo unos chistes muy ingeniosos y divertidos. Este tío es un cachondo mental de tomo y lomo. Yo me animo y también cuento alguno. El jefe va a contar otro chiste que yo ya me sé. Pero son distintas versiones con distintos finales. Lo cuenta él primero, luego yo. Y somos los dos únicos de entre todos los presentes que nos tronchamos de la risa, con lágrimas en los ojos, como si el doble sentido del chiste sólo lo entendiésemos nosotros, mi jefe y yo.
De pronto, un famoso músico actual de jazz, acompañado de otro jazzero, saca una trompeta en medio de la oficina y hace un tararí ante todos los presentes, que hacemos un corro inmenso alrededor del centro, cada uno desde su puesto. (La oficina es mediana de tamaño, pero bastante amplia). Inmediatamente después del trompetista, otro empleado sacará otro instrumento, quizá una guitarra, y responde con un corto sonido. Y se unen vasias respuestas cortas musicales seguidas de otros presentes con otros instrumentos que sacan de una bolsa o espontáneamente. Yo pienso en sacar mi trompeta y hacer lo mismo. Y ahora el guasón del jefe, en un momento de silencio, replica con la voz simulando un instrumento, un tarará o algo así, que resulta divertidísimo e inesperado y todos en la oficina rompemos en una gran carcajada. A continuación otros tres tíos sacan relucientes saxofones camuflados en bolsas de plástico.
En clase pasan muchas cosas. Me veo sentado en una hilera de mesas en sentido perpendicular a la pared del encerado. No estoy cómodo en este asiento, me gustaría coger otro, más cerca de las chicas, entre ellas Pato. El aula se divide en dos, una grande y otra paralela, separada por una pared, con una puerta. Aunque esta sala alargada también depende del aula general, no se les ve, y tampoco ven la lección, pero sí se oye. En otro momento estaré en esta clase-apéndice, entre las chicas. En otro momento estoy pensando: "lo mejor es siempre llegar de los últimos", cuando voy por el pasillo para llegar a clase, pero esta vez me he adelantado para conseguir un sitio en el que me encuentre más agusto. Sin embargo al llegar compruebo que ya están casi todos los sitios cogidos. Veo uno, al lado creo que de Gustavo Roales, más en el centro de la sala, aunque un poco atrasado para mi gusto, pero al instante de sentarme resulta que llega el alumno que se sienta siempre ahí (¿Manu?, ¿Lorenzo?), con lo que vuelvo a estar sin sitio.
Y ahora en clase hay retransmisiones de fútbol de la selección española y sus victorias. ¡¡¡Pero los partidos que estamos viendo retransmitidos se juegan dentro de la clase, entre los alumnos!!! Juegan con espacio suficiente, aunque el campo de juego es más cercano al de fútbol sala. Se ven goles gloriosos de la selección. Una especie de voz en off va relatándonos las jugadas. Hay un golazo de un tal Bruno, que ha sido elegido el mejor futbolista del año. Lo del Bruno no me encaja. Veo un calendario en una agenda, y resulta que los partidos son del 2010, o sea que no son actuales, son partidos en diferido. En cuanto descubro esto el fútbol pasa a un segundo plano. Y me fijo en que al lado de una especie de despachito que hay en la entrada del aula, surge como un rayo un tipo en pantalones cortos de deporte haciendo un sprint corriendo, en plan calentamiento. Me fijo y hay algún que otro deportista. Soltaré una carcajada con el tipo deportista, ¿es que no hay otro sitio? Y me provoca hilaridad lo excéntrico de la situación: un aula donde pasan todo tipo de cosas, llena de gente, con espontáneos deportistas, un campo de fútbol dentro y más curiosidades de todo tipo. Más que tratarse de las estrecheces del camarote de los hermanos Marx, aquí cabe todo el mundo con suficiente amplitud. Parece mentira en un aula de dimensiones normales.
Y de pronto estoy en una oficina, trabajando. Bueno, lo de trabajando es un decir. Aquí no hago absolutamente nada. Tengo que estar aquí, en horario de oficina, pero no tengo nada que hacer, nadie me manda nada. Al revés, aquí la gente está todo el día de cháchara. Yo fumo en el trabajo, cigarrillos de liar. Una empleada parece regañarme por lo de fumar. No me había dado ni cuenta de que estaba fumando en el trabajo... pero empiezo a fijarme y aquí ¡¡¡todo el mundo fuma!!! Pero como carreteros. Alucinante: ¡¡se pasan por el forro completamente las leyes antitabaco!! Esto me encanta.
El ambiente laboral es muy distendido, no hay estrés. Los currantes se arremolinan aquí y allá, charlan, cotillean. Ahora estoy con dos gorditas maduras que critican a otra gordita que acaba de pasar y le ha dicho algo malintencionado a una de las que se queja.
Termino descubriendo cual es mi puesto. Resulta que soy el secretario de un jefe (que lleva barba bermeja, según recuerdo) de los que hay por aquí. Y este personaje, el que es mi jefe, es un vago auténtico: no hace absolutamente nada: se pasea, parlotea con unos y con otros, cuenta chistes, hace gracias, gasta bromas, lee el periódico, pero lo que es trabajar: nada de nada, absolutamente nada. Seguramente sea un enchufado, el familiar de algún pez gordo, un cuñado o algo por el estilo.
Imagino que mi jefe, en cualquier momento, me encargará algo, pero nada, nunca me encarga nada, con lo cual me entretengo charlando, rulando por la oficina, etcétera. Tengo una especie de despachito para mí, una pequeña secretaría acristalada, casi como si fuese el portero de la oficina. Pero mi espacio es muy singular, a ratos también hace las funciones de cuarto de baño y al lado de mi mesa hay un váter. Se supone que cuando alguien va a hacer sus necesidades, yo me tengo que salir.
Como veo que puedo hacer lo que me da la gana, voy planteándome escribir un poco sobre la mesa de escritorio o hacer mis cosas, ya tengo comprobado que aquí nadie te echa la bronca por nada. Este trabajo es desde luego un auténtico chollo, una maravilla. Además sólo tengo que estar 5 o 6 horas, salgo a las cinco de la tarde. Aún me quedan dos horitas.
Ahora mi jefe se planta en el centro y comienza a contar a todo el mundo unos chistes muy ingeniosos y divertidos. Este tío es un cachondo mental de tomo y lomo. Yo me animo y también cuento alguno. El jefe va a contar otro chiste que yo ya me sé. Pero son distintas versiones con distintos finales. Lo cuenta él primero, luego yo. Y somos los dos únicos de entre todos los presentes que nos tronchamos de la risa, con lágrimas en los ojos, como si el doble sentido del chiste sólo lo entendiésemos nosotros, mi jefe y yo.
De pronto, un famoso músico actual de jazz, acompañado de otro jazzero, saca una trompeta en medio de la oficina y hace un tararí ante todos los presentes, que hacemos un corro inmenso alrededor del centro, cada uno desde su puesto. (La oficina es mediana de tamaño, pero bastante amplia). Inmediatamente después del trompetista, otro empleado sacará otro instrumento, quizá una guitarra, y responde con un corto sonido. Y se unen vasias respuestas cortas musicales seguidas de otros presentes con otros instrumentos que sacan de una bolsa o espontáneamente. Yo pienso en sacar mi trompeta y hacer lo mismo. Y ahora el guasón del jefe, en un momento de silencio, replica con la voz simulando un instrumento, un tarará o algo así, que resulta divertidísimo e inesperado y todos en la oficina rompemos en una gran carcajada. A continuación otros tres tíos sacan relucientes saxofones camuflados en bolsas de plástico.
Narración perteneciente al libro de relatos "Sueños" (Tomo I) del escritor José Martín Molina. Ahora disponible tanto en formato libro como en formato eBook.
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